Hace ya veinte años, un joven autor de provincias con muchas ganas y algo de talento escribió una novela corta en la que un estudiante recién salido de la universidad contaba su vida durante aquellos de libros y primeros amores. El texto, de una intensidad propia de la juventud obsesiva y tímida, mostraba en primera persona las sensaciones de alguien que parece en constante búsqueda; un joven enamorado de dos mujeres —por mucho que sus palabras se dirijan a una de ellas—, que se interroga sobre sus actos, sobre sus sentimientos, sobre la amistad que mantiene con uno de sus compañeros de estudio, Héctor, verdadera piedra angular de esta novela. La agenda de Héctor, del bilbaíno Álex Oviedo, resultó finalista del Premio Ciudad de Barbastro, un hecho que motivó que fuera traducida al euskera y publicada por la editorial Mensajero. La obra, sin embargo, permaneció encerrada en un cajón, como si su autor ya se hubiera sentido satisfecho o no se atreviera a sacarla a la luz en la lengua en que había sido escrita. Y así, muchos años después, Oviedo peina canas, le ha nacido una perilla de la que duda si desprenderse, como una seña de identidad, y ya no es desde luego aquel escritor joven —como apuntaba Seve Calleja, autor del prólogo e impulsor de que la obra salga a la calle por segunda vez gracias a la editorial madrileña Verbum— pero sí aquel escribiente de provincias que disfruta mostrando sobre el papel los sentimientos de alguien parecido a él o a cualquiera de nosotros. En La agenda Héctor hay monólogos intensos, diálogos rápidos y a veces dejados en suspenso como a la espera de que alguien los recoja, hay inquietudes de un futuro que no acaba de llegar, ilusiones que se desvanecen con la crudeza de la realidad y, en definitiva, hay vida en construcción de quien no sabe si con sus recuerdos no estará autodestruyéndose. |