Quince relatos magistrales entre los que destacan "Arabia", "Una nubecilla" y "Lo muertos". Quince variaciones sobre el momento exacto en que los personajes asisten a la revelación de que las cosas, es decir sus cosas, es decir el espectacular desorden de sus vidas, encuentran su propia y justa naturaleza, su epifanía. Lo que hay aquí, por debajo de tramas perfectamente aceitadas y perversamente acertadas, es Alta Literatura, una prosa tan precisa como poética, y la más alegre de las tristezas a la hora de contar un ascenso - y no un descenso- a los infiernos. Leídos con una mirada contemporánea, los cuentos de Joyce se nos aparecen como uno de esos grandes e inagotables descubrimientos que en pocos años cambiaron la fisonomía de la literatura: como el teatro de Beckett, la inmensa novela de Proust y la escritura de Pound - tres escritores con lo que Joyce se relacionó, oscilando entre la admiración y la hostilidad. Comparte con ellos su decidida voluntad de someter la literatura a una exigencia absoluta, pero Joyce sabe hacer hablar, en esto cuentos, y más que ningún escritor moderno, a la precariedad: como espasmo, punzada, angustia fulmínea, y al mismo tiempo como maravilla, éxtasis injustificado, percepción pura. La súbita felicidad, así como la sorda desdicha, dispersas en cada momento y en cada vida, poca veces se nos han ofrecido con tal intensidad como en estas páginas de Joyce, lo suficientemente grande para decir aquello que todos sentimos o decimos. |