Este libro podría llamarse también Manuel Ahumada, esencial no sólo por la selección de piezas plásticas que expresan un enorme poderío interpretativo de nuestra condición existencial y que atraviesan varios niveles de significado en lo temático, estético, narrativo, filosófico y artístico. José Guadalupe Posada, por ejemplo, es la referencia más cercana para explicar ese trenzado al que perteneció Ahumada: imaginación plástica y periodismo beligerante, comprometido y ciudadano. Sin embargo, lo que Ahumada representó en la prensa mexicana tiene que ver más con el registro espir itual de los artistas, sobre todo pintores y narradores, nacidos en la década de los cincuenta con la beligerancia visual del grabador y el dibujante. La Vida en el Limbo y su Chimino aquí expuestos, tienen la consistencia de lo novelesco, y ocuparán un lugar en el concierto de personajes que han recorrido nuestra narrativa, de José Agustín hasta Juan Villoro, Mauricio Bares, Taibo II y Guillermo Fadanelli. No quiero aislar de ninguna manera a Ahumada de su mundo con y de moneros, caricaturistas, o como quiera que se llamen esas criaturas poderosas que todos los días ponen en un cuadro las posibilidades extremas de los discursos y los protagonistas de la política. Pero sí tengo que arriesgar una hipótesis y decir que su vida estaba en otra parte, en un limbo que lo desprendía de lo gremial, de los tics y los gestos grupales, y lo situaba de cuerpo entero en esa forma ensimismada de pensar y mirar que suele confundirse con la timidez, aunque ese rasgo también tenga propiedades aislantes. ¿Aislamiento del mundo o distancia frente a sus objetos y a sí mismo? Ahumada nunca estuvo aislado, el nosotros es la persona que define la relación de amigos y colegas con un artista que siempre fue capaz de interpretar y registrar las obsesiones, temores, fobias, intuiciones y sueños de una generación a la que tocó un cambio de paradigmas que transformó los sueños, las intuiciones y las obsesiones planetarias. Ese nosotros que refiero está plasmado admirablemente en estas páginas. No es un libro póstumo aunque se trata de un homenaje de sus amigos y colegas. Reúne los aspectos más ricos de su imaginación y sus códigos, su retórica, su poética en un presente que llegará más allá del pasado mañana. También convoca a los amigos a compartir los paradigmas que los unieron en los sueños y en el deseo. Nostálgicos, lacrimosos y en duelo lúcido (siempre la ausencia como detonador) sus amigos lo lloran pero también declaran aquí su permanencia. Este libro es una declaración de guerra al olvido. "Hombre enigmático y querible, escribe Rogelio Naranjo, se fue joven y como los grandes de CORAZÓN". Nadie es astronauta en su propia tierra es un libro postrero que se inscribe en una tradición editorial nueva y renovada que realiza Editorial Resistencia, y que pone al alcance del lector una de las formas de la imaginación artística más gratificantes y permanentes |